12/12/14

Consideraciones sobre la interpretación 2: El despertar consciente

Es difícil controlar el fuego cuando tu intención es incendiaria. Recuerdo como en los inicios de mi formación mi primera maestra nos hablaba de un tercer ojo que debíamos tener los actores. Se trataba de un concepto bastante básico, -observa cuanto puedas y alimenta tu imaginario- pero que calaba hondo. Para mí, pasear por mi ciudad era como visitar un parque de atracciones para actores; sabías que en cualquier esquina podrías encontrar una manera de caminar diferente, un tipo de chepa o una expresión en el habla presumiblemente útil para un personaje.
Poco a poco esa parte del cerebro se va ejercitando y requiere más y más material, y empieza a apropiarse de las sensaciones de los buenos y de los malos momentos. Está entrenada para ello, así que casi sin percatarte la dejas hacer su trabajo.
Decía Vittorio Gassman que “el único error de Dios fue no haber dotado al hombre de dos vidas: una para ensayar y otra para actuar”, y es tan real que a veces te encuentras en casa absorto en el movimiento de una mano o cocinando mientras trabajas un texto. Se convierte en una rutina. Bebes teatro.

¿No roza lo neurótico?

El caso es que ves a actores mayores, tanto consagrados como recién iniciados en el arte de la interpretación, y reconoces en ellos el poso de experiencia. Más allá de las tablas que tenga o la técnica, está ese poso de experiencia de vida. En cierta manera, parece que les da todo igual, parece que verdaderamente entienden el valor del juego. Son capaces de manejar el fuego, de hacerlo estallar o crear la intimidad de una pequeña llama. El joven fakir, al cumplir años, se pasa a ilusionista.

No sé en qué momento de la vida ocurre, ni siquiera si ese despertar consciente existe, pero sí creo que a veces, aunque sea solo a veces, el teatro no debe ser tan importante.


No hay comentarios: