Son pocos los años que me avalan en
esta profesión, poco mi prestigio como actor y escasos los
escenarios que me han dado la oportunidad de la experiencia. Sin
embargo tengo la osadía de no acobardarme ante el papel en blanco,
de no tener miedo a plasmar mis motivaciones y creencias que poco a
poco van haciéndose más firmes. No creo que sea necesario ser un
maestro para poder compartir con mis compañeros de profesión y con
los aficionados a este arte los anhelos de un joven actor, tras los
que a veces se han escondido prolíficos teóricos para hacer más
asequible la lectura de sus textos y lograr empatizar con actores y
actrices de su tiempo que comenzaban a germinar. Es más, creo en la
necesidad de hablar, de tomar notas, dibujos, y si es pertinente
escribir acerca de este milenario arte. Se trata de forjar, despacito
y con buena letra, unas buenas bases en las que creer, una filosofía
de trabajo.
Hasta hace poco me ha aterrado este
tema, no es difícil sentirse un ignorante ante la gran variedad de
propuestas teatrales, de escritos y de profesionales que tratan de
descifrar e imitar el trabajo de ilustres autores y autoras. A día
de hoy no creo que sea algo tan complejo, tan alejado del sencillo
juego en que nos embarcamos cuando empezamos nuestra andadura
actoral. Todo lo contrario, más bien parece que a menudo somos los
mismos actores y actrices quienes rechazamos aquellas primeras clases
en que cada movimiento parte de la intuición y la pasión por un
arte desconocido.
Echar la vista atrás y reciclar esa
misma pasión en cada sesión de trabajo debería ser la punta de
lanza de nuestra filosofía, respaldada, claro está, por la técnica,
la teoría y la experiencia de vida. Creer en el oficio sin dejar de
creer en la fiesta, en el ritual del que nació, en el arte.
No creo en la filosofía teatral como
algo estático, inerte; creo que debería ser como una máscara de
cuero que se acomoda a la cara de su portador tras haber sido bañada
por su sudor durante años, y lo acompaña hasta sus últimos días
de profesión.
Es difícil compaginar estos tiempos
que te exigen un nuevo estreno antes de pasar de moda y ser coherente
con dicha filosofía, con esa creencia viva y personal de cada uno
pero que, si es real, te exige mimar con el máximo cuidado posible
tu espectáculo. Hagámonos fuertes, pienso, no nos vendamos al mejor
postor ni mostremos a nuestro público productos de los que no
podemos sentirnos verdaderamente orgullosos, pero el sendero es
difícil, y la situación económica muerde.
Siempre mejor luchar unidos y forjando
una filosofía común, por eso pienso en toda la gente que forma
parte de Zaherí Teatro, en las actrices que decidieron formarse con
nosotros que, ávidas de conocimiento, nos hicieron crecer a nosotros
también, y en la gente que en
algún momento formó parte de este proyecto y en algún momento
decidieron buscar sus propios caminos. A día de hoy me siento
agradecido por todo lo que en estos tres años de compañía Zaherí
Teatro me ha dado, por los éxitos y los fracasos, ambos importantes
para seguir creyendo, para seguir forjando día a día, escenario a
escenario, esa ansiada e inefable filosofía actoral.
Alberto Ayala
2 comentarios:
La eterna dicotomía del que se dedica a una rama del arte... Me ha parecido muy interesante tu reflexión; más ahora, que personalmente paso por una pequeña crisis y a veces me faltan incluso las ganas de subirme a un escenario a cantar. Pero sí tengo bastante claro que quiero hacer lo que siento, no venderme. Y si haciendo lo que siento acabo con salas vacías... me extinguiré en el intento.
¡Bravo, Alberto!
Gracias Carlos, por comentar, y no dejes de creer en lo que haces, tu público será más o menos numeroso, pero te lo agradecerá.
Publicar un comentario