21/5/13

Habrá que creer


Son pocos los años que me avalan en esta profesión, poco mi prestigio como actor y escasos los escenarios que me han dado la oportunidad de la experiencia. Sin embargo tengo la osadía de no acobardarme ante el papel en blanco, de no tener miedo a plasmar mis motivaciones y creencias que poco a poco van haciéndose más firmes. No creo que sea necesario ser un maestro para poder compartir con mis compañeros de profesión y con los aficionados a este arte los anhelos de un joven actor, tras los que a veces se han escondido prolíficos teóricos para hacer más asequible la lectura de sus textos y lograr empatizar con actores y actrices de su tiempo que comenzaban a germinar. Es más, creo en la necesidad de hablar, de tomar notas, dibujos, y si es pertinente escribir acerca de este milenario arte. Se trata de forjar, despacito y con buena letra, unas buenas bases en las que creer, una filosofía de trabajo.

Hasta hace poco me ha aterrado este tema, no es difícil sentirse un ignorante ante la gran variedad de propuestas teatrales, de escritos y de profesionales que tratan de descifrar e imitar el trabajo de ilustres autores y autoras. A día de hoy no creo que sea algo tan complejo, tan alejado del sencillo juego en que nos embarcamos cuando empezamos nuestra andadura actoral. Todo lo contrario, más bien parece que a menudo somos los mismos actores y actrices quienes rechazamos aquellas primeras clases en que cada movimiento parte de la intuición y la pasión por un arte desconocido.
Echar la vista atrás y reciclar esa misma pasión en cada sesión de trabajo debería ser la punta de lanza de nuestra filosofía, respaldada, claro está, por la técnica, la teoría y la experiencia de vida. Creer en el oficio sin dejar de creer en la fiesta, en el ritual del que nació, en el arte.

No creo en la filosofía teatral como algo estático, inerte; creo que debería ser como una máscara de cuero que se acomoda a la cara de su portador tras haber sido bañada por su sudor durante años, y lo acompaña hasta sus últimos días de profesión.

Es difícil compaginar estos tiempos que te exigen un nuevo estreno antes de pasar de moda y ser coherente con dicha filosofía, con esa creencia viva y personal de cada uno pero que, si es real, te exige mimar con el máximo cuidado posible tu espectáculo. Hagámonos fuertes, pienso, no nos vendamos al mejor postor ni mostremos a nuestro público productos de los que no podemos sentirnos verdaderamente orgullosos, pero el sendero es difícil, y la situación económica muerde.

Siempre mejor luchar unidos y forjando una filosofía común, por eso pienso en toda la gente que forma parte de Zaherí Teatro, en las actrices que decidieron formarse con nosotros que, ávidas de conocimiento, nos hicieron crecer a nosotros también, y en la gente que en algún momento formó parte de este proyecto y en algún momento decidieron buscar sus propios caminos. A día de hoy me siento agradecido por todo lo que en estos tres años de compañía Zaherí Teatro me ha dado, por los éxitos y los fracasos, ambos importantes para seguir creyendo, para seguir forjando día a día, escenario a escenario, esa ansiada e inefable filosofía actoral.

Alberto Ayala

2 comentarios:

Carlos dijo...

La eterna dicotomía del que se dedica a una rama del arte... Me ha parecido muy interesante tu reflexión; más ahora, que personalmente paso por una pequeña crisis y a veces me faltan incluso las ganas de subirme a un escenario a cantar. Pero sí tengo bastante claro que quiero hacer lo que siento, no venderme. Y si haciendo lo que siento acabo con salas vacías... me extinguiré en el intento.

¡Bravo, Alberto!

Alberto Ayala dijo...

Gracias Carlos, por comentar, y no dejes de creer en lo que haces, tu público será más o menos numeroso, pero te lo agradecerá.