(En una estación petrolífera, a kilómetros de
distancia de la orilla más cercana)
¡Vamos valiente! Sin descanso. A ver quien puede más.
Deja al cielo que se escarcee en la piedad. Tú eres mar,
llevas la ira enredada entre los dientes de cada una de tus olas. No
te acobardes. Enséñame la virtud del náufrago.
Saca a flote los cadáveres que encierras: Un ejército
de cuerpos hinchados, blancos y morados; envueltos de algas; ni una
gota de sangre derramaste para hacerlos sucumbir. Lánzalos
contra mis torres.
Aquí
no escasea el tiempo. La última embarcación se fue con
la prisa. Lento y cansado es mi trabajo, por eso en cuanto tengo
posibilidad de desafiar a los elementos no dudo en hacerlo; eso y
arponear a los balleneros. ¡Es tan divertido ver a esos hijos
de puta desconcertados! El Viejo Lobo del Metal me llamaban; ahora
cuando se dirigen a mí prefieren llamarme Hijo de Perra, o
Loco... sí, creen que estoy loco, trataron de sacarme de esta
vieja estación petrolífera un par de veces. Dejaron de
intentarlo cuando conocieron a ciencia cierta mi habilidad con los
arpones.
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Donde no me moleste el humo de los niños, del tabaco de los
niños, de sus rifles de asalto, de sus negros pulmones; el
humo negro de sus negros sueños.
1 comentario:
Me alegra tu petrolífera vuelta,
y me inquieta
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