La línea

Todo empezó aquella mañana. En esos momentos en que la línea que divide el despertar y el sueño nos resulta invisible bajo nuestros pies, Él se vio morir. Se vio morir ahorcado, atropellado, golpeado por una tubería de hierro, aplastado por un techo que descendía poco a poco... Inconsciente de que la permanencia de sus pies sobre la línea lucidaletargada podía causar estragos en su vida de peatón, fueron el instinto y su madre los que lo sacaron de aquel estado.
Al cuarto de hora se encontraba en un autobús camino del instituto, esto es, claro está, físicamente hablando, pero en la manera psíquica no estaba a más de media decena de metros de la línea a la que el personaje y el escritor hemos quedado en llamar lucidaletargada. Al menos estos metros eran en dirección a la lucidez, ya que si fuesen hacia el sueño podrían llevar al colega hasta una parada inapropiada, dándole aun más quebraderos de cabeza.
Como todos sabemos, la línea de la que hablamos no se trata de una línea tajante, ya que el intervalo entre el sueño más profundo y la lucidez absoluta es progresivo. Por culpa de este intervalo progresivo, enemigo del café caliente en el estómago y del agua fría en la cara (aunque también sea enemigo de ambas sustancias en el lugar respectivo de la otra, aconsejo no lavarse la cara con café caliente. Quema), el protagonista deja la mirada perdida y con ella pierde también el control de su imaginación, pensándose bajo el agua con la cara pálida y los pies cubiertos de cemento. Cambia la secuencia de fotogramas y se sueña acercándose al suelo hasta acabar estrellándose contra él.
Su cuerpo ni se inmuta, no da un salto en el asiento del autobús al aplastarse contra el asfalto. Se ve muriendo en tercera persona, pasivo.
Las clases de Historia y Biología lo empujan de nuevo hacia la línea, provocando nuevas ilusiones letales. El Sol en el cogote, camino a la biblioteca, se convierte también en un mecanismo de empuje hacia la frecuentada línea.
Aquella noche ni se le pasó por la cabeza pensar que estas ilusiones podían causar ningún cambio en su manera de ser, y quizás éstas solas no habrían provocado ni una sola arista entre las pronunciadas curvas de su personalidad, pero el instinto y la madre llegaron demasiado tarde.
Pasaron los días y las semanas, y en los dos meses en que se sucedieron día tras día los sueños, estos iban instigándolo a ciertas conductas antisociales, altivas, incluso elitistas, que afilaban las aristas ya formadas hasta llegar a ser hirientes.
Tras estos dos meses de neurosis, crisis existencial, Schopenhauerismo, la muerte en calzoncillos o como lo queramos llamar, la niebla cercana a la línea lucidaletargada comenzó a disiparse, esclareciendo así los sueños que acosaban al menda, aprovechando éste el momento para hacer uso de una de esas limas que saben de tranquilidad y paciencia y pulir las aristas más salientes. Cuando parecía que su personalidad adquiría su forma habitual, la muerte se le acercó por la espalda, haciéndole ver como se disparaba a sí mismo con un arma de fuego, esta vez desde sus propios ojos, descubriendo así la manera en que la sangre cubriría a los compañeros de clase de su lado izquierdo. La muerte se despedía de sus ensoñaciones por todo lo alto.
Tras este último ataque y su consiguiente estado de aturdimiento – esta última agresión le había resultado más violenta de lo normal, además de la presencia del factor sorpresa-, retornó con pocas mellas al estado que le caracterizaba antes de que todo esto ocurriese, ignorando que el día en que Ella volviese a la ciudad la línea volvería a hacer uso de su malicia.
Esto ocurrió a las pocas semanas; estaba en la biblioteca, donde se acercaba demasiadas veces al ecuador del sueño, y en una de estas veces apareció cabeza abajo descendiendo por el agua. Esta vez era todo diferente; Él, más que muerto parecía dormido, y todo estaba coloreado en distintas tonalidades de azul. De pronto, apareció inquieto el cuerpo de Ella; con movimientos ágiles y dinámicos, casi de sirena, se acercó a él y le besó exprimiendo el aire de sus pulmones, empapando los del joven de oxígeno.

Señoras y señores, el chico abrió los ojos y volvió a la vida.