(Un hombre, sólo, desorientado, entra en una oficina)
H: Hombre, por fín, ya era hora de que me hicieran pasar, siento como
si hubiese estado toda una vida en esta sala de espera. Y cuánto indeseable ahí fuera: borrachos, seniles... todos riéndose de mí como si no entendiese mi situación.
Reconozco... que estoy un poco aturdido por el golpe, todavía tengo tierra en la cabeza.
Y que esta parte del hospital han debido reformarla, porque no me suena de nada...
Bueno, voy a dejar de hablar sólo a ver si al final van a tener razón los de ahí fuera.
(El hombre golpea un timbre, al principio tranquilo, poco a poco más insistentemente)
M: ¡Tranquilo, hombre! ¡Ni que se le fuera la vida!
A ver, ¿Roberto Lanudo?
H: Ese es mi nombre.
M: De profesión cartero, 34 años, casado, 70kg, 1 metro 75, se libró de la mili por los pies
planos, con una hipoteca de 14 años. Fallecido en accidente laboral.
H: Exacto... ¿cómo?
M: Bueno, podríamos considerar la caída de una maceta en su turno como accidente laboral.
Y no se preocupe, esta semana hemos tenido muertes mucho más absurdas que la suya: todavía se
comenta en los pasillos una del martes, un Tennessee Williams le llamamos, murió atragantado
abriendo un bote de pastillas con la boca. (La mujer ríe) Disculpe, es que si no nos tomamos
este trabajo con humor, cualquier día nos da algo (vuelve a reir). Perdón, perdón.
A lo que iba, entonces... ¿quiere denunciar a su empresa por accidente laboral?
(El hombre la mira perplejo, en silencio)
M: Entiendo, ha sido una muerte traumática. ¿Quiere que le derive al departamento de
atención psicológica?
¿Un cafelito?
H: No... no entiendo nada. Yo solo recuerdo que haciendo mi ruta una señora me gritó cuando
era demasiado tarde para apartarme de una maceta que hacía balconing. ¿Qué clase de
broma es ésta? ¿Acaso tengo cara de tonto? ¿la tengo? Si es que hay una cámara oculta
por ahí sepa que esta es una broma de muy mal gusto.
M: Supongo que entonces no querrá firmar su certificado de defunción. Es sólo un trámite,
pero nos aligera bastante las cosas.
H: ¿Es que no me ha escuchado, señorita?
M: Señora. Viuda de un viudo.
H: Me importa una mierda si su marido... bueno, lo que sea, ¡dígame donde estamos y
acabemos de una vez con esto!
M: No voy a permitirle que me hable así. Y menos en mi puesto de trabajo. Llevo muchos años
trabajando aquí y entiendo que no es fácil afrontar la muerte, pero yo no tengo por qué aguantar
que nadie me trate mal. ¿Cree que no sé por lo que está pasando? Aquí todos hemos pasado ya
por eso, así que limítese a responder a las preguntas que le hago para que pueda rellenar sus
formularios. ¿Entendido?
H:...
M: Aquí para todos es la primera vez. Entiendo que esto es muy raro. Pero no lo haga más
complicado. Le diré los asuntos que tenemos que tratar para que pueda pensárselos más
detenidamente.
¿Tiene alguna propiedad que no haya declarado a Hacienda?
¿Compró preferentes en Bankia?
¿Algún o alguna amante que pueda tratar de heredar?
¿Le gustaría tener la grabación de su entierro?
(El hombre empieza a reírse, al principio flojo, después a carcajadas. Ella empieza a reír también.)
M: Sé que puede parecerle surrealista, pero cuando lleve aquí unos años verá como no
le hace tanta gracia. Yo llevo aquí ya 8 años, a mi generación la llaman la “Generación Burbuja”.
Todavía estamos pagando la burbuja inmobiliaria. Somos los más numerosos, nosotros y los
del corralito de Argentina. Aquí expía antes sus pecados un asesino o un político corrupto
que un hipotecado. ¿O creía que lo de venderle su alma al diablo era solo un dicho?